sábado, 25 de junio de 2016

Liberados ...  para vivir una nueva vida de obediencia (predicado el 22 de mayo 2016)

(Josué 3:1-17, Romanos 6:1-14)

Pablo, en su segunda carta a Timoteo, hace la siguiente firme declaración acerca de las escrituras (2 Tim 3:16): Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia. Timoteo era un joven pastor, a quien Pablo había entrenado. Él fue puesto a cargo de la importante, pero muy desafiante, iglesia en Éfeso, y Pablo le escribió para ayudarle a llevar a cabo su ministerio pastoral, de manera que las personas en la iglesia continuarán creciendo hacia la madurez cristiana, y llegaran a ser cada vez más obedientes a la Palabra de Dios. Pablo quería que Timoteo no tuviese absolutamente ningún malentendido sobre la importancia de las escrituras en este ministerio. Es críticamente importante, dice, porque Dios mismo lo habló, Dios lo respiró! Y puede ser utilizado para enseñar a las personas, reprenderlas cuando sea necesario, para corregirlas, y para entrenarlas en la justicia, a fin de que estén enteramente preparadas para toda buena obra. Que bendito há de haber sido el pueblo en esa iglesia para recibir el ministerio de Timoteo, en base a la Palabra respirado por Dios, y  haberla obedecido. Ahora, escuchen, podemos también responder de manera similar esta mañana, como Dios nos habla. Oremos: Padre celestial maravilloso, gracias por tu Palabra escrita en la Biblia. Te pedimos que seamos transformados y purificados a través de tu Palabra, y que seas glorificado por nuestra obediencia a ella. Habla, Señor, porque tus siervos oyen!

Nuestra lectura del Antiguo Testamento esta mañana es desde el libro de Josué, capítulo 3. El libro de Josué es el sexto libro de la Biblia, y sigue inmediatamente después del libro de Deuteronomio, que es el último de los cinco libros de Moisés, a veces llamado el Pentateuco, o la Torá. El libro de Josué es una continuación de la historia del Pentateuco. Describe el cruce del río Jordan por Israel para entrar en Canaán después de la muerte de Moisés, como también la conquista y el establecimiento en Canaán de las doce tribus bajo el liderazgo de Josué. Es un libro muy apasionante porque, como leemos en las historias de la conquista de Canaán por los israelitas, vemos a Dios haciendo milagros para ellos, dándoles una victoria tras otra, y  cumpliendo con todas las promesas que les había dado antes de que cruzaran el río Jordán. Aun cuando los hijos de Israel cometieron algunos errores, y algunos pecados graves por los que tuvieron que pagar, este libro es, en general, una historia edificante de un pueblo obediente que experimenta la fidelidad de Dios hacia ellos.

El libro de Josué fue escrito como registro de la fidelidad de Dios en cumplir sus promesas del pacto a Israel en lo concerniente a la tierra de Israel, y las victorias de la conquista se presentan como actos de redención de Dios para Israel y sus actos de juicio sobre una decadente cultura cananea. En la Biblia Hebrea, Josué es considerado como uno de los "profetas anteriores", es decir, uno de los libros que proféticamente interpretan el pacto de Dios con Israel mientras se esta obrando en la historia. El libro de Josué fue escrito para que, cuando las generaciones posteriores de los hijos de Israel lo lean, se recordaran de las tres grandes verdades acerca de la relación de Dios con su pueblo escogido, es decir: (a) su fidelidad; (b) su santidad; y (c), su salvación. El libro destaca la importancia de mantener viva la herencia de los actos salvadores de Dios a favor de su pueblo, y de perpetuar esa herencia de una generación a la siguiente. También, se recalca, a través de los relatos de los castigos por la desobediencia que lamentablemente ocurren, junto con otras admoniciones y advertencias, la importancia del temor del Señor en el corazón del pueblo de Dios, que los lleva a ser obedientes.

Este libro de Josué tiene bastante importancia para nosotros los cristianos también, porque tiene cumplimiento en el Nuevo Testamento. En el libro de Números, Capítulo 13, se dice que el nombre original de Josué era Oseas, que significa “la salvación,” pero Moisés cambió su nombre a Josué, que significa “El Señor salva,” o “El Señor es salvación.” Ahora bien, el nombre de Josué es el equivalente hebreo del nombre Jesús en el nuevo testamento. Josué es una prefiguración de Jesús en el Antiguo Testamento. Como el primer Josué blandió la espada del terrible juicio de Dios en la conquista de Canaán, así el segundo Josué, Jesús mismo, la blandirá en la conquista del fin de la historia.

Los cristianos debemos también tener consciencia siempre de la fidelidad, la santidad, y la salvación de Dios, pero nunca debemos olvidar temerlo, y obedecerlo en todo aspecto y todo momento, como se requería de los israelitas. Consideremos, en esta mañana, la situación en la que los hijos de Israel se vieron. Allí estaban, en el momento de entrar en una nueva tierra prometida, para conquistarla, para someterla, para cultivarla y vivir en ella. Se pretende que sea la bendición de Dios esté ellos. Que iban a heredar todas las promesas de Dios, y empezar una nueva vida en una nueva tierra, con la libertad y la prosperidad, ya que sirven obedientemente el Señor Jehová. Que iban a mostrar al mundo lo que significa ser el pueblo escogido de Dios. Pero, ¿qué clase de vida iban a vivir entonces? Esa es la pregunta que deben plantearse. Y tenemos que preguntarla de nosotros mismos también. Somos los herederos de el nuevo pacto con Dios, que aconteció a través de su Hijo Jesucristo, como lo vemos en nuestra lectura del Nuevo Testamento de esta mañana, de Romanos. ¿Qué clase de vida debemos llevar entonces?

Volvamos a considerar con más detalle nuestra lectura de Josué. Dicen los primeros ocho versos: Josué se levantó de mañana, y él y todos los hijos de Israel partieron de Sitim y vinieron hasta el Jordán, y reposaron allí antes de pasarlo. Y después de tres días, los oficiales recorrieron el campamento, y mandaron al pueblo, diciendo: Cuando veáis el arca del pacto de Jehová vuestro Dios, y los levitas sacerdotes que la llevan, vosotros saldréis de vuestro lugar y marcharéis en pos de ella, a fin de que sepáis el camino por donde habéis de ir; por cuanto vosotros no habéis pasado antes de ahora por este camino. Pero entre vosotros y ella haya distancia como de dos mil codos; no os acercaréis a ella. Y Josué dijo al pueblo: Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros. Y habló Josué a los sacerdotes, diciendo: Tomad el arca del pacto, y pasad delante del pueblo. Y ellos tomaron el arca del pacto y fueron delante del pueblo. Entonces Jehová dijo a Josué: Desde este día comenzaré a engrandecerte delante de los ojos de todo Israel, para que entiendan que como estuve con Moisés, así estaré contigo. Tú, pues, mandarás a los sacerdotes que llevan el arca del pacto, diciendo: Cuando hayáis entrado hasta el borde del agua del Jordán, pararéis en el Jordán.

Para mí, al leer estas palabras, lo primero que aparece es el hecho de que Dios ya ha previsto, hasta el último detalle, lo que va a ocurrir, y que Él requiere que los hijos de Israel obedezcan sus instrucciones exactamente. No estamos informado sobre toda la conversación entre el Señor y Josué sobre los arreglos, pero es obvio que Él dió instrucciones explícitas a Josué acerca de todo. Josué dice a la gente: Jehová hará mañana maravillas entre vosotros, y el Señor le dice: Desde este día comenzaré a engrandecerte delante de los ojos de todo Israel, para que entiendan que como estuve con Moisés, así estaré contigo. Los oficiales, claramente siguiendo las órdenes de Josué (Josué 1: 10,11), pasan alrededor del campo diciéndole al pueblo:  Cuando veáis el arca del pacto de Jehová vuestro Dios … marcharéis en pos de ella … a fin de que sepáis el camino por donde habéis de ir. Los israelitas llegaron al río Jordán por fe, y se les había dicho que tenían que cruzarlo. Se les dijo que sigieran el arca. A través de todos sus años en el desierto, ellos habían seguido un camino inexplorado, y tuvieron que seguir a Dios y obedecerle y confiar en él para proveerse la comida y todas sus necesidades. Tenían muchos años de experimentar cómo Dios había sido fiel a ellos. Pero ahora, para cruzar el río Jordán, su necesidad de confiar en su fidelidad se va a volver clara como el agua.  Jehová es también Dios santísimo, y Josué ordena a las personas a consagrarse: Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros. Deben lavarse, y toda su ropa, y hacer otros preparativos especiales.

El arca era una caja de madera, cubierta de oro, en la que se guardaban las dos tablas de la ley, traídas desde la montaña por medio de Moisés. Estas tablas se llaman el testimonio. A través de ellas, Dios declaró su voluntad. Esta ley fue un testimonio a los hijos de Israel, para dirigirlos en sus deberes, y también sería un testimonio contra ellos, si desobedecían. La parte superior del arca era el lugar donde Dios dijo que su presencia moraba (Ex 25:22). Era su trono. Cuando a los israelitas se les dijo que siguieran el arca hacia el río Jordán, se les estaba dando a entender que estaban siguiendo a Dios mismo. Mientras marchaban, ellos tenían que dejar un espacio también: … entre vosotros y ella haya distancia como de dos mil codos; no os acercaréis a ella.

El Señor mismo entró en el Jordán delante de los hijos de Israel, mientras los llevaba a la tierra de Canaán; y el respeto por el arca, el símbolo sagrado de la santa presencia del Señor, requiere un espacio de dos mil codos (unos 900 metros) entre el pueblo y los sacerdotes que llevaban el arca. Pero, en mi opinión, el reconocimiento de la santidad de Jehová no fue la única razón por la que el pueblo tenía que dejar un espacio. También el cruce del Jordán fue una etapa culminante de la obra soberana de Dios en la salvación para los hijos de Israel. Él quería que cada uno de ellos vea claramente que el milagro que se lleva a cabo cuando cruzaban el Jordán se debió a él solo! Los sacerdotes que llevaban el arca no llevaban espadas, y probablemente no sabían a nadar, y ellos tenían que confiar en Dios para cruzar con seguridad a través del Jordán, tanto como el resto de las personas. Fue Dios mismo, sólo Dios, simbolizado en el arca del pacto, que iba a realizar el milagro del cruce del Jordán, y Él quería que todos lo vieran!

¿Qué le dijo Dios a Josué?: Tú, pues, mandarás a los sacerdotes que llevan el arca del pacto, diciendo: Cuando hayáis entrado hasta el borde del agua del Jordán, pararéis en el Jordán, y luego Josué dice al pueblo: He aquí, el arca del pacto del Señor de toda la tierra pasará delante de vosotros en medio del Jordán … Y cuando las plantas de los pies de los sacerdotes que llevan el arca de Jehová, Señor de toda la tierra, se asienten en las aguas del Jordán, las aguas del Jordán se dividirán; porque las aguas que vienen de arriba se detendrán en un montón. ¿Y por qué Dios hizo esto? Josué nos dice: En esto conoceréis que el Dios viviente está en medio de vosotros, y que él echará de delante de vosotros al cananeo, al heteo, al heveo, al ferezeo, al gergeseo, al amorreo y al jebuseo. Jehová mismo estaba salvando a su pueblo. Que no haya ningún error al respecto! Él los había sacado de Egipto. Él había dividido el Mar Rojo para que pudieran cruzar a través de él, y escapar de los egipcios. Él les había dado el Pacto de la Ley por medio de Moisés. Él les había cuidado durante 40 años mientras vagaban por el desierto. Ahora Él fue llevandolos a la tierra prometida por el cruce del Jordán. Dios estaba salvando a su pueblo! ¡Que todos los hijos de Israel lo entiendan!

Y así vemos el gran milagro realizado. La lectura nos dice: cuando los que llevaban el arca entraron en el Jordán, y los pies de los sacerdotes que llevaban el arca fueron mojados a la orilla del agua (porque el Jordán suele desbordarse por todas sus orillas todo el tiempo de la siega), las aguas que venían de arriba se detuvieron como en un montón bien lejos de la ciudad de Adam, que está al lado de Saretán, y las que descendían al mar del Arabá, al Mar Salado, se acabaron, y fueron divididas; y el pueblo pasó en dirección de Jericó. Mas los sacerdotes que llevaban el arca del pacto de Jehová, estuvieron en seco, firmes en medio del Jordán, hasta que todo el pueblo hubo acabado de pasar el Jordán; y todo Israel pasó en seco. En este acto tremendo vemos la fidelidad de Dios, la santidad de Dios y la salvación de Dios. Pero también vemos que su cumplimiento, en la forma en que el Señor quería, requiere la obediencia del pueblo. Por segunda vez en la historia del pueblo hebreo, Dios dividió las aguas para que pudieran cruzar por tierra seca. El Señor mismo permaneció en el lugar de peligro hasta que todo Israel había cruzado.

El libro de Josué fue escrito para recordar a los israelitas el pacto que Jehová había hecho con ellos. Ellos debían recordar, en primer lugar, su fidelidad a cumplir con todas las promesas que les había hecho, y sobre todo, como hemos escuchado hoy, su promesa de llevarlos a través del río Jordán, para tomar posesión de la tierra prometida. Pero, en segundo lugar, el libro de Josué fue escrito también para recordar a los hijos de Israel que mantuviesen la promesa que ellos mismos habían hecho a Dios, como su parte del pacto. En Éxodo 19: 5-8 se dice: Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra … Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel … Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos. Y Moisés refirió a Jehová las palabras del pueblo. Cuando se hizo ese pacto, Jehová había advertido al pueblo de Israel que ellos debían obedecer sus mandamientos, que era una parte del pacto, en todos los aspectos. En Deuteronomio 11: 8,9 dice:  Guardad, pues, todos los mandamientos que yo os prescribo hoy, para que seáis fortalecidos, y entréis y poseáis la tierra a la cual pasáis para tomarla; y para que os sean prolongados los días sobre la tierra, de la cual juró Jehová a vuestros padres, que había de darla a ellos y a su descendencia, tierra que fluye leche y miel. Y más adelante en el mismo capítulo Él les dice (vv. 16,17): Guardaos, pues, que vuestro corazón no se infatúe, y os apartéis y sirváis a dioses ajenos, y os inclinéis a ellos; y se encienda el furor de Jehová sobre vosotros, y cierre los cielos, y no haya lluvia, ni la tierra dé su fruto, y perezcáis pronto de la buena tierra que os da Jehová.

Los israelitas, que estaban cruzando el Jordán, siguiendo a Josué, estaban siendo puestos en libertad. Se les estaba dando su propia tierra. Qué perspectiva maravillosa y emocionante que debe haber sido! Se les estaba siendo dada la libertad, una nueva vida, en esta tierra hermosa y abundante! ¡Qué bendición ellos recibían de Dios! Pero, hay que esperar un momento, también hay un peligro aquí. Hay una trampa en la que ellos podían caer. La libertad no es lo mismo que el libertinaje. El ser puesto en libertad no es decir que no hay leyes y reglas a seguir. La libertad nunca está libre de todos los requisitos. No existe una libertad de esa manera. De hecho, para preservar la libertad de todos, tiene que haber leyes y normas estrictas que todos debemos obedecer. Dios había escrito esas leyes para los hijos de Israel. Ahora, al entrar en la tierra prometida, Él espera que obedezcan estas leyes, si ellos desean preservar la nueva vida de libertad que Él les estaba dando. Una parte inevitable de vivir como una persona madura ante el Señor, es tener una comprensión clara de lo que realmente significa la libertad.

El pacto que Dios hizo con el pueblo hebreo en el Sinaí, bajo el ministerio de Moisés, se llama el antiguo pacto. Como cristianos, somos el pueblo de Dios a través del nuevo pacto. En nuestro lectura del Nuevo Testamento de esta mañana, de la carta a los Romanos, Pablo nos informa acerca del pacto nuevo. Este es el pacto que Dios hace, personalmente, con todos los cristianos, con cada persona que acepta la salvación de Dios por medio de la sangre de su único Hijo, Jesús, que murió en la cruz para pagar el precio de nuestros pecados, y fue resucitado de entre los muertos para justificarnos ante los ojos de Dios como justos, y para darnos vida nueva y eterna. En esta lectura, Pablo expresa lo que es un maravilloso milagro que Dios lleva a cabo en nuestro favor a través de la muerte y resurrección de su Hijo. Él dice (Rom 6:3-5): ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección.

Ahora, en los días del Nuevo Testamento, cuando una persona se convirtía a Cristo, era bautizada por lo general inmediatamente después. Un buen ejemplo de esto es la historia del carcelero de Filipos en Hechos 16: 25-34. La conversión y el bautismo casi siempre ocurrieron juntos, y los dos se consideraban parte de un solo evento. Así que, aunque el acto de bautismo no es, en si mismo, un medio por el cual somos salvos por medio de Jesucristo, sí está estrechamente relacionado con la fe. Cuando Pablo dice: somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, él está diciendo que, cuando estamos bautizados como cristianos, este bautismo describe, de una manera que es muy fácil de visualizar, lo que ocurre como resultado de nuestra unión con Jesús, que es por la fe. Por la fe somos unidos a Jesús, y nuestro bautismo simboliza que hemos muerto y hemos resucitado de nuevo con Él. Nuestro bautismo, cuando pasamos debajo del agua, y ascendemos de nuevo, es un signo de nuestra identificación con Jesús, cuando Él murió, fue depositado en la tumba, y luego resucitó de nuevo a la vida.

¿No es una verdad sorprendente? Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Salvador, cuando ponemos nuestra fe en él para la salvación, Pablo dice que somos sepultados con Cristo en la muerte y luego, por medio de la gloria del Padre, somos resucitados con él a una nueva vida. Pero realmente no tenemos que morir, ¿verdad? Jesús fue delante de nosotros a la cruz, y murió en vez de nosotros, para pagar por nuestros pecados. Él sufrió la muerte que es la paga del pecado, de modo que no tengamos que sufrir, y por lo que podemos tener una nueva vida. ¿Qué les parece eso? ¿No es eso semejante a otra cosa que hemos escuchado esta mañana? Leimos la historia de cómo Jehová fue delante de los hijos de Israel, simbolizado por el arca, en el medio del río Jordán, y se detuvieron las aguas, de manera que las personas puedan pasar con seguridad. En la estación del año en que los israelitas necesitaban cruzar el río, el Jordán suele desbordarse por todas sus orillas todo el tiempo de la siega. Si los hijos de Israel hubiesen tratado de cruzar el río por sí mismos, muchos de ellos habrían muerto. Pero ellos no tuvieron que hacer eso! Dios fue delante de ellos, y se detuvo el río, por lo que, como se dice: las aguas que venían de arriba se detuvieron como en un montón bien lejos de la ciudad de Adam. Existe un paralelismo espiritual directo entre las dos lecturas de esta mañana. Vemos a Dios actuar de dos maneras diferentes para salvar a su pueblo. En primer lugar, los israelitas se salvaron de la muerte en el río Jordán, cuando Dios fue delante de ellos para detener las aguas, y que ellos pudieran cruzar a una nueva vida a Canaán, seguros y sanos. En segundo lugar, para todos los que lo acepten, Jesucristo nos salva de la muerte que,  de otra manera, tendríamos que sufrir por nuestros pecados, para que podamos llegar a salvo a la vida eterna.

Sin embargo, hay algo más, de crítica importancia, que tenemos que decir acerca de nuestra lectura del nuevo testamento de esta mañana. En su carta a los Romanos, Pablo les está explicando, y a nosotros, sobre el plan de Dios para la salvación de la humanidad a través de la muerte y resurrección de su Hijo en la cruz. Él deja claro que no hay nada que cualquiera de nosotros puede hacer para ganar nuestra propia salvación. Todo lo que podemos hacer es arrepentirnos de nuestros pecados, confesar nuestra necesidad de perdón y limpieza, y, por la fe, aceptar humildemente la salvación que Dios nos ofrece. Nuestra salvación, nuestra justificación ante Dios, sólo se obtiene por la fe en la obra completa de Jesús en la cruz del Calvario. Al comienzo del capítulo 5 de la carta, Pablo dice: Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Ahora, en estos versos, aparece una palabra importante sobre la cual tenemos que decir algo, y esta es, la gracia.

En los capítulos anteriores de Romanos, es decir, los capítulos antes del capítulo que escuchemos esta mañana, Pablo explica muy cuidadosamente de cómo la salvación que Dios nos ofrece es un acto de su gracia soberana. Ahora, ¿Qué es esta cosa llamada gracia? En términos simples, esto significa que Dios nos da cosas, cosas espirituales y materiales, que no merecemos. Debido a su gran amor por nosotros, Dios nos ofrece bendiciones que no merecemos. Y lo más importante que Él nos da es la salvación, la vida eterna, y una relación restaurada con Él por medio de Jesucristo. Nuestros pecados son borrados, y volvemos a ser sus hijos, y Él es nuestro amoroso Padre celestial. A causa de nuestros pecados, no merecemos esto, pero Él  quiere dárnoslo de todos modos, porque nos ama. Esa es la gracia. Cuando éramos impotentes en nuestro pecado, y sujetos a la muerte a causa de ello, Dios Padre, en su gracia, envió a su Hijo Jesús a morir en la cruz para pagar el precio que no fuimos capaces de pagar.

En el capítulo 5 de Romanos, Pablo nos explica cuan grande debe ser la gracia de Dios, ya que los pecados que son perdonados son tan malos, y tantos! Al final del capítulo 5 Pablo dice: … mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro. El dice que, por grande que sea mi pecado, la gracia que Dios  me muestra siempre será mayor que el pecado, para que pueda ser redimido del pecado por el sacrificio de Jesús en la cruz.

Ahora bien, aunque esta es otra maravillosa verdad acerca de la salvación, había gente en esa epoca, y hay gente hoy en día, que malentendió, perversamente, la verdadera naturaleza de la gracia. Había personas que pensaban: Bueno, si la gracia de Dios es siempre mayor que mi pecado, entonces ¿por qué tengo que obedecer los mandamientos de Dios en absoluto? Puedo salir hoy mismo y hacer lo que me gusta. Puedo mentir, robar, engañar, tener relaciones sexuales ilícitas ..., hago lo que me gusta. Y luego puedo volver a casa y confesar mis pecados a Dios, y él me perdonará a causa de la gran gracia que fue mostró en el Señor Jesús. Ahora, estoy seguro de que ustedes se darán cuenta de que hay algo muy mal con ese tipo de razonamiento. No puede ser correcto, y no lo es.

Cuando Pablo enseñaba la justificación por la fe sola, hubo gente en la iglesia que se opuso a él, porque pensaban que llevaría a la irresponsabilidad moral, de la manera que acabo de describir. Por lo tanto, para explicar este tema con más cuidado, Pablo dice, en Romanos 6:1,2: ¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? Y más tarde en el Capítulo 6: 5-7 dice: Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Pablo dice que, cuando recibimos la salvación por la fe en Jesucristo, nuestro viejo hombre, es decir, nuestro ser no regenerado, lo que éramos antes de ser cristianos, dominado por el pecado, es crucificado con Cristo. Este hombre viejo murió, ya es un cuerpo de muerte que ha sido destruido, por lo que ya no nos puede esclavizar al pecado. Si bien todavía no estamos sin pecado, somos libres de las ataduras del pecado, que ya no tiene poder sobre nosotros. El creyente que muere con Cristo se eleva a una nueva calidad de vida aquí y ahora. Nuestro nuevo nacimiento es ya un hecho, y esto crecerá más y más a medida que avanzamos, para llegar a ser maduros en Cristo.

No debemos pensar que debido a que somos justificados por la fe, por la gracia de Dios,  tenemos entonces una licencia para cometer cualquier pecado que queremos. En su muerte Cristo, por el bien de los pecadores, se sometió al dominio del pecado (Romanos 5:21); pero, a través de su muerte, se rompió el vínculo entre el pecado y la muerte. Después de haber sido levantado de entre los muertos, ahora Él vive para siempre para glorificar a Dios. Lo mismo debe ser cierto de nosotros.Pablo dice, en versos 8-10: Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive.

Por esta razón, debemos esforzarnos para vivir una vida sin pecado para la gloria de Dios. Como cristianos, debemos ser en la práctica lo que ya somos en nuestro status delante de Dios. Pablo nos da tres pasos que debemos dar para lograr esto. El primer paso hacia la victoria sobre el pecado en nuestras vidas es tener fe en que el poder del pecado sobre nosotros realmente se ha roto. Pablo dice (Rom 6:11): Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. Por la fe, tenemos que vivir a la luz de esta verdad. El segundo paso hacia la victoria sobre el pecado es la negativa a que reine el pecado en nuestras vidas. Pablo dice (Rom 6:12): No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias. Y el tercer paso consiste en ofrecernos a Dios, para servirlo a él. Pablo dice (Rom 6:13): ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.

Como cristianos, no hemos sido liberados de toda autoridad moral. Sin embargo, hemos sido liberados del poder del pecado. La gracia de Dios nos da el poder para vencer el pecado en nuestras vidas, pero tenemos que permitir que el poder obre en nosotros. Hoy día, hemos escuchado que Dios pasó delante de los hijos de Israel en el río Jordán, para que pudieran cruzar con seguridad a Canaán. Cuando llegaron allí, ellos habían sido liberados de la esclavitud del pasado, pero todavía tenían que obedecer los mandamientos de Dios. Del mismo modo, Jesús atravesó el bautismo de muerte por vencer el pecado, para que nosotros no tuviéramos que sufrir la muerte por nuestros pecados. A medida que avanzamos, para tomar posesión de la nueva vida que Dios nos ofrece, también tenemos que ser obedientes a Dios. Sin embargo, tenemos una ventaja enorme. El poder del pecado ha sido roto por nosotros, y tenemos el poder de Dios a nuestra disposición para ayudarnos a vivir las vidas que él desea. Debemos recordar las palabras de Pablo: Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.

Oremos: Señor, gracias por salvar a los hijos de Israel a su paso por el río Jordán. Gracias por llamarles a una vida de obediencia, para que pudieran glorificar su nombre. Aún más, Señor, gracias por enviar al Señor Jesús a sacrificar su vida en la cruz, para que podamos ser reconciliados a ti y ser tus hijos. Hoy declaramos, que vamos a obedecer tu ley para que tu seas glorificado a través de nosotros, y para que, a través de nuestro testimonio, tu Reino se extenderá por toda la tierra.